viernes, 25 de noviembre de 2016

El parto de Martí - versión Aroha

Durante varios meses os hemos estado explicando cosas sobre diferentes temas, la mayoría basados en nuestras experiencias, pero el post de hoy es un post especial, al menos para nosotras. Estos dias hace un año que nos convertimos en madres, hace un año que entramos a formar parte de ese mundo, para nosotras, mágico, apasionante y veloz. Sobretodo veloz, porque este año se nos ha pasado volando, casi en un pestañear. Es increíble como ver crecer a un niño te ayuda a darte cuenta que el tiempo pasa muy rápido y nunca para… Bueno, no nos pongamos trascendentales y hagamos un poco de memória, Hoy os explicaremos cómo fué el parto de Martí. El post de hoy es des del punto de vista de Aroha y el de la semana que viene des del punto de vista de Gina, esperamos que disfruteis con ellos.

Era domingo, yo ya estaba de 41 semanas, Gina estaba a punto de irse a la cama cuando me dijo que no le apetecía nada ir a trabajar al día siguiente. Justo antes de dirigirse a la habitación le dijo a mi barriga: Venga Martí, que la mama quiere conocerte ya!!Era las 12 de la noche, llevaba menos de media hora estirada en el sofá viendo una peli que no logro recordar, cuando de golpe noté un plof. Intrigada fuí a ver qué pasaba, ya que yo me encontraba perfectamente, no tenía ningún tipo de dolor y no esperaba que saliera nada en ese momento (Os tengo que confesar, que me esperaba empezar el parto con contracciones que irían aumentando hasta ser insoportables). Nada más levantarme del sofá, un chorro de agua  a lo cataratas del Niágara me resbaló piernas abajo. En ese momento tengo que admitir que la histeria invadió todo mi ser y  mi cuerpo empezó a temblar.

Después de ir al baño y comprobar que el líquido que perdía no era sangre sino agua transparente, fui a despertar a Gina, que la pobre no llevaba ni veinte minutos durmiendo. Lo gracioso es que aunque estaba muy segura, la frase que me salió fué: - Gina, creo que he roto aguas… A lo que ella contestó: - Cómo que creo? Gina se levantó de un salto e inspeccionó la situación. Como todo estaba normal, decidimos esperar en casa algunas horas. Durante la espera, estuvimos descansando en el sofá. Lo ideal hubiera sido dormir un rato, pero los nervios nos lo impidieron. Comimos un poco y nos duchamos. Hacia las cinco de la madrugada decidimos irnos al hospital, recuerdo ese momento con mucho cariño. Nosotras vivimos a tres calles del hospital donde habíamos decidido que nacería Martí, así que desde un principio teníamos decidido que iríamos a pie. Caminábamos las dos solas, por las calles oscuras y solitarias, sabiendo que era el último “paseo”  en el que seríamos dos. 

Al llegar al hospital, en el mostrador de admisiones, nos dijeron que era la noche de las parturientas y estaba la cosa bastante saturada. Como la ginecóloga no podía atendernos en ese momento, nos pusieron en la sala de monitores para controlar la situación y hacer tiempo. Después de dos horas y colocarme una vía intravenosa, me hicieron pasar a la consulta de la ginecóloga, donde para nuestra sorpresa, al quitarme la parte inferior de la ropa un líquido verde me corría piernas para bajo. 

Después de explorarme y comprobar que de momento todo estaba correcto, la doctora nos explicó que el bebé había sufrido estrés y había defecado en el líquido amniótico, de ahí su color verde, y para no correr el riesgo de sufrir una infección teníamos que intentar acelerar al máximo el parto. También me explicó que estaba muy verde ya que tenía el cuello del útero intacto, por lo que tendría que medicarme.

Me puse una bata sexi, ya sabeis, de esas que se atan por la espalda con una tira y dejan todo tu trasero al aire, unas bragas de papel y una super compresa. Gina se tuvo que ir a cambiar y se llevo toda mi ropa empapada en una bolsa de basura. Mientras tanto, me instalaron en un habitación muy pequeña, donde apenas cabía una cama y una silla de plástico. Una comadrona muy amable me explicó que lo primero que me suministrarían para ayudar a borrar el cuello del útero serían prostaglandinas. Estas te las administran en una especie de tira de papel que la comadrona te introduce dejándola lo más arriba posible. Aunque la comadrona intentó hacerlo lo más cuidadosamente que pudo, el dolor fué bastante insoportable. 

No recuerdo cuanto tiempo estuvimos allí, simplemente recuerdo que empezaron las contracciones y con cada una de ellas tenía que levantarme de la cama y como no tenía espacio para moverme, tenía que apoyar las manos en la pared e intentar rotar la cadera. Necesitaba ir al baño, moverme, más espacio….

Aunque estaba bastante concentrada en controlar el dolor de las contracciones, vi que Gina salió varias veces del box y cada vez volvía más enfadada. No era capaz de controlar el tiempo, pero tenía la sensación de que hacía una eternidad que nadie venía a comprobar cómo avanzaba la cosa. Después de una de las salidas de Gina, apareció una comadrona que venía a revisar cómo iba la cosa. Si soy sincera, tenía la esperanza de oír algo así como que ya estaba muy dilatada y quedaba poco para empezar a puja, pero todo lo contrario. La comadrona, de muy malas maneras hundió mis esperanzas y me desmoralizo al decirme que no había avanzado absolutamente nada. Llevaba todas esas horas  aguantando los dolores sin quejarme, intentando focalizar mis fuerzas en el pensamiento de que pronto vería a mi hijo y no había avanzado nada? absolutamente nada?

A partir de ese momento mis fuerzas empezaron a fallar, estaba muy cansada, dolorida y desmoralizada y además me faltaba espacio!! Creo que gracias a las repetidas quejas de Gina por fin nos cambiaron a una sala de parto, aunque el dolor de las contracciones era el mismo la cosa cambió bastante. La nueva habitación era muy amplia, disponía de wc para mi, pelota, un larguísimo pasillo iluminado por el sol (Gina me explicó que en realidad era cortito), una silla cómoda para Gina… 



Otra vez apareció la simpática comadrona (ironía modo on)  y me volvió a repetir el tacto para comprobar la situación. De ese momento no recuerdo más que un dolor extremo, se me juntaba el dolor de una contracción con el dolor que me provocaba la mano de la comadrona. Cerré los ojos para intentar controlar mi cuerpo y al abrirlos la habitación estaba llena de gente. No entendía qué había pasado, de dónde había salido tanta gente? cuando habían llegado? Por qué Gina estaba pálida y asustada? Días después Gina me explicó que durante ese tacto el corazón de Martí se paró y la comadrona tuvo que pedir refuerzos médicos.  

Después del momento de crisis, la comadrona me dijo que tenía que caminar para ayudar a acelerar la cosa. Justo al lado de la habitación había un pasillo, en esos momentos, en los que tenía contracciones cada dos minutos, el pasillo me pareció eterno,  pero Gina insiste en que era corto. Intentaba caminar pero ya no me quedaban fuerzas, llevaba más de 24 horas despierta y estaba agotada. Estaba tan cansada que me dormía entre contracciones y soñaba y todo!!

Durante todo el embarazo pensaba en ponerme la epidural y me aterrorizaba el pensar que me tenían que pinchar en medio de la espalda con una aguja tan grande mientras me quedaba muy quieta, aun y teniendo contracciones, pero en esos momentos lo único que deseaba es que el dolor parara de una vez. Pedía que me pusieran ya anestesia o que me dejaran un bisturí para sacarme a Martí yo misma (lo que hace la desesperación!!)

La comadrona que me había atendido hasta el momento desapareció, yo pensaba que había acabado el turno, pero al día siguiente Gina me explicó que continuó por allí aunque dejó de atender nuestro parto. De pronto apareció una nueva comadrona, se llamaba Olga, entró con una actitud diferente, cambiando el clima de la habitación. Atenuó las luces, le dió un aceite a Gina para que me lo untara en las muñecas, me dió indicaciones para respirar mientras tenía una contracción y me prometió que en cuanto se pudiera llamaría a la anestesista. Creo recordar que se instaló en nuestra habitación a hacer papeleo.  Olga me realizó un tacto y al ver que solamente me quedaba un centímetro de cuello, decidió llamar a la anestesista para administrarme la epidural.  Al llegar la anestesista, recuerdo haberle dicho: Nunca había deseado ver a nadie tanto como tu!!!

Hicieron salir a Gina de la habitación. Yo me tuve que sentar atravesada en la cama, muy cerca del filo, con la espalda arqueada y quedarme muy quieta mientras me pinchaban. Me pusieron el típico gorro de papel, me abrieron la bata por la espalda y me la untaron de yodo. El hecho de no poderme mover aún hacía que me pusiera más nerviosa y mi cuerpo temblara. Olga para ayudarme me sujetaba el cuerpo con fuerza por los hombros mientras yo me cogia a su cintura. El pinchazo que me aterraba resultó ser rápido e indoloro!! Me pegaron el cable por el que me irían suministrando más anestesia por la espalda y me ayudaron a recostarme con cuidado en la cama.



Segundos más tarde, todos los dolores que parecían partirme por la mitad desaparecieron y aunque notaba la barriga endurecerse no notaba las contracciones. Gina volvió a entrar en la habitación y me dijo: ahora vuelves a ser tu!!

Olga nos explicó que ahora que las contracciones no me dolían, iría aumentando la cantidad de oxitocina que me suministraban por vena, siempre controlando el ritmo cardíaco de Martí, para intentar acelerar el proceso de dilatación. Aunque nos advirtió que posiblemente nos quedaban muchas horas por delante y que Martí nacería al día siguiente. Eran las cuatro de la tarde y llevábamos muchas horas sin dormir ni comer, así que mientras yo intentaba dormir un rato (cosa que no conseguí), Gina salió a la sala de espera para encontrarse con su madre y comer alguna cosa que esta le había traído al hospital. 

Olga estuvo todo el rato pendiente de nosotras pero sin hacerse notar, controlaba la gráfica de los monitores, me suministraba oxitocina, los antibióticos (al llevar el saco amniótico roto tantas horas tenían que suministrarme medicación para evitar una infección, además también había dado positivo en la prueba de estreptococos)….  A las dos horas, y sin mucha esperanza, me volvió ha hacer un tacto para comprobar la dilatación, y para su sorpresa ya estaba dilatada del todo y lista para pujar.

Preparó la habitación para empezar el proceso del expulsivo, colocando un espejo ante mi para que me pudiera concentrar en los pujos, enfocándome con una lámpara, guardando los pies de la cama y colocando en su lugar los estribos donde apoyar las piernas… Cuando todo estuvo listo, me explico como tenía que empujar y coger aire para ayudarme, y me preguntó si quería una nueva dosis de epidural.  Yo empezaba a notar las contracciones pero no sentía mucho dolor, así que la rechace. 

Olga me dijo que yo marcaba el ritmo, con cada contracción que notara tenía que empujar con todas mis fuerzas aguantando la respiración. Al principio no sabes si lo estás haciendo bien, ya que entre que no tienes casi sensibilidad en la zona y no tienes claro donde tienes que focalizar la fuerza, es bastante complicado, pero rápidamente Olga me dijo que siguiera así que Martí ya estaba cerca. Hubo un momento que me dijo: Si no te quieres rajar, a partir de ahora me harás caso. Sí yo te digo respira y no empujes, lo haces!! 

Ella acababa el turno a las ocho y quedaba poco tiempo, después de mirar varias veces el reloj, me dijo que no me preocupara que nos dejaría en buenas manos. Cinco minutos después de su hora Olga debía marcharse, ya que tenía una cita ineludible y no sabía si el parto se alargaría mucho. Entró el nuevo turno, y aunque la atmósfera cambió, yo seguía concentrada en empujar. Recuerdo ese momento muy rápido, empujé un par de veces más y note un plof en dos tiempos. La nueva doctora (de la que no recuerdo ni la cara ni el nombre) le quitó el cordón del cuello a Martí (lo llevaba con una vuelta en el cuello y cruzado en el pecho a modo bandolera), se lo cortó (según nuestro plan de parto queríamos que lo hiciera Gina, pero el nuevo equipo médico ni se lo miró. En ese momento no fui muy consciente pero después cuando le he podido dar vueltas me arrepiento de no haber impuesto nuestra voluntad) y me lo colocó sobre el pecho. Me impactó ver la cabeza apepinada de mi bebé sobre mi pecho, pero en cuanto se puso a llorar ya nada importó!!

Tenía a Martí sobre mi pecho calentito e indefenso, fué una sensación increíble!! Cuando me aseguré que mi hijo estaba bien, mi mente volvió a centrarse en la doctora, que hablaba con la enfermera sobre si me cosían o no. La anestesia empezaba a desaparecer y pensar que me tenían que coser me creaba ansiedad. Por suerte sólamente me pusieron un punto y no noté absolutamente nada. Martí se enganchó al pecho sin problemas y estuvimos mucho rato haciendo piel con piel, hasta que la enfermera lo cogió para pesarlo, medirlo, … eso sí, sin separarse mucho de nosotras.  Cuando estuvo listo lo colocaron en brazos de Gina. Ya éramos una familia!!! 

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