martes, 31 de enero de 2017

El parto de Martí - Versión Gina

Era ya 15 de noviembre, Aroha estaba de 41 semanas. Yo llevaba días nerviosa, pendiente todo el rato en el trabajo esperando la llamada que anunciaría que tenia que salir volando porque Martí estaba en camino. Mis niños (de segundo de primaria) hacía días que estaban un poco más nerviosos y pesados de lo habitual, seguramente mimetizándose con mi estado de ánimo. Todo eso hacía que cada día me levantara con más ganas de no ir a trabajar al día siguiente. 

Así pues, el domingo 15 de noviembre me fui a la cama pensando que al día siguiente tenia que volver a ir al colegio y que no tenia ningunas ganas, ya que mi cabeza estaba más en casa que en el trabajo. Me dormí rápido, no soy de esas personas a las que les cuesta dormir, pero al poco rato de estar en la cama algo me despertó. Abrí los ojos y Aroha estaba agachada a mi lado tocando mi hombro y me dijo: Gina, creo que he roto aguas. No me costó ni un segundo despejarme y le dije: pero cómo que crees? Fui hasta el baño, donde Aroha se había quitado los pantalones y corroboré lo que ella ya sabía: había roto aguas, Martí estaba a punto para nacer. Muchas veces te imaginas cómo será el nacimiento de un hijo, creas un plan de parto muy reflexionado, proyectas tus ilusiones y miedos, pero muchas veces la realidad tiene poco que ver con esas ideas que tenias. 

En las clases preparto nos habían explicado que cuando uno rompe aguas, si estas son limpias puedes esperar hasta 12 horas antes de ir al hospital, siempre que las contracciones no se vuelvan muy seguidas, pero nuestra comadrona nos aconsejó que en vez de 12 horas esperáramos 6. Así pues, llamamos a mi hermano para que se llevara a la perra (mejor avisarlo a las 12 de la noche que a las 5 de la mañana) y decidimos que esperaríamos en casa hasta las 5 de la mañana. Yo tenía los nervios a flor de piel, sabía que me convenía dormir, pero era incapaz. Aroha empezó a tener pequeñas contracciones, pero muy leves e irregulares. Por unas horas pensé que seria un parto fácil y que todas nuestras expectativas se cumplirían, qué equivocada estaba. 


Así pues, esperamos en casa viendo la tele, nos echamos un ratillos y hacia las 5 nos duchamos, terminamos la bolsa del hospital y salimos hacia el Taulí. Aunque eran mediados de noviembre hacía una noche muy agradable. Las calles estaban vacías, todo era calma y tranquilidad. Estaba todo tan silencioso que nuestra maleta de ruedas hacia un sonido tan atroz pasando por la acera que tuve que llevarla por la calzada para no despertar a medio vecindario. El camino hacía el Taulí fue muy diferente a lo que me había imaginado. Yo pensaba que tendríamos que parar cada pocos metros para aguantar las contracciones, pero durante el camino Aroha estuvo perfectamente, así que hicimos el camino del tirón. Fue un paseo muy especial, recuerdo claramente cada paso que dimos, como poco a poco nos acercábamos a nuestro destino, hablando tranquilamente y disfrutando de ese último paseo que cambiaría nuestras vidas.

Al llegar a urgencias nos dijeron que había muchas mujeres que se habían puesto de parto esa noche, así que tenían en ala de maternidad a tope. Nos subieron al ala de partos y tras hablar con la enfermera de admisiones mandaron a Aroha a correas. A nuestro lado había otra mujer que iba a tener gemelos. Recuerdo hablar con el padre fuera de la sala y lo asustado que estaba ante tal inminente cambio. Yo, en cambio, no me sentía asustada para nada (tampoco iba a tener gemelos), sino que estaba nerviosa y emocionada. En correas estuvimos más de dos horas ya que el servicio estaba saturado. Finalmente nos pasaron con la ginecóloga. Ésta hizo desnudar a Aroha de cintura para abajo y fue entonces cuando nuestro tranquilo parto cambió. 

Al bajarse los pantalones, ese líquido que en casa era transparente se había vuelto verde, por lo tanto había habido estrés fetal y el parto se tenía que acelerar. La ginecóloga le hizo el primer tacto a Aroha y de muy malas maneras le dijo que estaba muy verde, que tenía el cuello del útero intacto y que tenían que administrarle fármacos para borrárselo. Así que de golpe estábamos ante uno de los partos más dolorosos que se pueden tener: parto con bolsa rota y medicalizado. 

Como el hospital estaba a tope nos hicieron pasar a un box. Serían las siete y media cuando le pusieron a Aroha las prostaglandinas. Al ponérselas, una comadrona encantadora nos dio ánimos diciéndonos que sí que había empezado a borrar el cuello, pero que aún le quedaba. A las ocho cambiaron el turno y por lo tanto otra comadrona empezó a acompañarnos. Qué diferente era la nueva de la anterior. Des del principio fue muy seca y casi ni nos miró a la cara. Hacia las ocho de la mañana las prostaglandinas empezaron a hacer efecto y Aroha empezó a tener contracciones más fuertes. Fue entonces cuando avisamos a nuestra familia, aunque sabíamos que la cosa iba para largo. Al principio las contracciones eran espaciadas en el tiempo, pero poco a poco fueron haciéndose más seguidas. Hacia las 9 Aroha tenía contracciones cada dos minutos. Entre las 9 y las 11 estuvimos en el box, yo sin sitio ni para una silla y Aroha con contracciones cada dos minutos sin espacio casi ni para rotar la cadera. Yo ahí me empecé a poner nerviosa. Nos habían dicho que nos pondrían en una sala de parto pronto, pero llevábamos allí casi cuatro horas y des de las 8 que nuestra comadrona no había ni entrado a mirar como estábamos. Así pues, salí a ver qué pasaba. Me encontré al personal allí charlando y cuando pedí que por favor alguien mirara como iba la cosa, me dieron largas. Tuve que ir tres veces y a la tercera ponerme seria. Quizás era paranoia de madre primeriza, pero tras más de dos horas de contracciones cada dos minutos, cuando ves que la persona a la que quieres lo está pasando mal y que nadie la está atendiendo, te enfadas y buscas la atención que crees que necesitas. Así pues, finalmente logramos que nos pasaran a una sala de parto. 

La sala de partos ya era otro mundo. El Taulí tiene un ala de partos muy nueva y completa, hasta tienen una sala con bañera y todo. Allí nos instalamos, yo tenía una silla para mí, teníamos baño, pelota, espacio para andar, un pasillo muy luminoso con vistas al parque... Al entrar a la sala de partos nos volvieron a cambiar a la comadrona, menos mal porque con la otra no habíamos conectado para nada. Solo entrar a la sala de partos la nueva comadrona hizo estirar a Aroha en la cama y se dispuso a hacerle un tacto. A mi nunca me han hecho uno, pero por como estaba Aroha cada vez que le hacían uno, debe doler mucho... Ella seguía con contracciones muy fuertes cada dos minutos, así que mientras le hacían el tacto ella tuvo una contracción. De pronto el monitor que controlaba las contracciones y el monitor que controlaba el latido fetal empezó a pitar. La intensidad de la contracción superaba la gráfica y el corazón de Martí de pronto se paró. En un segundo la comadrona apretó un botón de la pared y de pronto nueve personas irrumpieron en la sala, la primera poniéndose unos guantes y diciendo: habéis llamado a un médico? De pronto me asusté mucho, parecía que estábamos en una película más que en la realidad. Por suerte la comadrona reaccioné rápido e hizo que Aroha se girara hacia la izquierda y con eso Martí recuperó el latido. Fueron quizás solo unos segundos, pero el susto me duró un buen rato. Por suerte Aroha casi ni se enteró a causa del dolor. Así pues, tras el accidentado tacto la comadrona nos dijo que Aroha tenía que andar para poder ir borrando el cuello. Ella hacía horas que no era ella, el dolor estaba sacando su parte más visceral, más animal y no tenía ningunas ganas de andar. Yo la tuve que obligar a andar e intentar seguir sus necesidades (ahora tócame, ahora aléjate, ahora ni me mires...), recuerdo esos paseos casi como estar en el infierno (sonará exagerado, pero es como yo lo viví), Aroha seguía con unos dolores horribles, yo tenía que obligarla a hacer algo que ella no quería y la situación tendría que durar bastantes horas. 

La comadrona no volvió a aparecer tras el altercado con el tacto. Aroha ya estaba cansada de andar, sus fuerzas se estaban agotando. De pronto Olga entró en escena. Irrumpió en la habitación mostrando una gran determinación. Dijo: Hola, soy Olga, vuestra comadrona a partir de ahora, ya se que te duele, pero no estás aún de parto así que vamos a buscar métodos para aliviar la situación. De pronto toda la situación cambió. Puso un humidificador con aceites esenciales, me dio unos aceites para hacerle masajes a Aroha, bajó la persiana y creó un ambiente más tenue, le dio a Aroha nuevas instrucciones para hacer las contracciones más soportables... Mientras que las otras comadronas apenas se nos habían acercado, Olga instaló una mesa para ir rellenando papeles y se quedó con nosotras mucho rato. De pronto me sentía mucho más tranquila y acompañada. A pesar de que en nuestro plan de parto habíamos puesto que Aroha no quería peridural, hacía horas que había cambiado de opinión y pedía que se la pusieran, pero como aún no había borrado el cuello no se la podían poner aún. No fue hasta las cuatro de la tarde en que solo le faltaba medio centímetro de cuello y le pudieron poner la anestesia. Por protocolo me hicieron salir de la sala. 



Recuerdo en ese momento sentarme en el pasillo, ese pasillo con vistas al parque, en el que entraba una cálida luz y escribiendo a mis amigas: no tengáis hijos biológicos, parir es lo más horrible del mundo, yo nunca pasaré por esto... Estaba realmente acongojada ante la situación. Llevaba viendo como Aroha tenía contracciones cada dos minutos des de casi las ocho de la mañana, como a cada contracción lo iba pasando peor, como mi mujer estaba fuera de si, irreconocible, como del agotamiento llegaba a dormirse entre contracción y contracción... y quizás un hombre lo vive des de una perspectiva más alejada, pero yo, siendo consciente de que nuestros planes de vida eran (y son) que yo tenga el siguiente, hacía que lo viviera todo con más intensidad, empatizando más con la situación. Así pues, tras ese momento de máxima angustia volví a entrar a la habitación.
De pronto todo había cambiado, solo mirar a Aroha a la cara me di cuenta de que volvia a ser ella. La peridural ya le había hecho efecto y ya no sentía dolor. En ese momento empezaron a administrarle oxitocina para empezar a dilatar y acelerar el parto, pero Olga ya nos dijo que muy probablemente Martí naciera el 17 de noviembre. A partir de las cuatro todo se volvió más calmado, Aroha aprovechó para dormir un poco y yo comí algo (mi madre me trajo un tupper de paella al hospital y me lo comí en la sala de espera). El monitor seguía marcando contracciones muy a menudo, pero Aroha no notaba prácticamente nada. Hacia las siete y media volvieron a hacerle un tacto a Aroha y finalmente una buena noticia: Aroha estaba dilatada del todo, llegaba el momento del expulsivo. Olga instaló un espejo para ayudar a Aroha a ver qué estaba pasando, bajó las luces y colocó un foco apuntando el lugar por donde saldría Martí, y para mi sorpresa, no llamó a ningún médico ni nada. Estábamos solo las tres (bueno los cuatro), en un ambiente totalmente íntimo y relajado. Olga le iba dando instrucciones sobre como empujar a Aroha. Como hacía mucho rato de la última peridural Aroha sentía las contracciones, aunque aún no le dolían. Eso la ayudaba a saber cuando empujar. Recuerdo ese rato como un momento mágico. Olga me hizo sentir totalmente protagonista de la situación, nos iba explicando todo lo que pasaba, me avisaba cada vez para poder sacar fotos del proceso... era perfecto, tal y como había imaginado. De pronto todo lo pasado anteriormente quedó atrás y nos dejamos llevar por ese momento único. Recuerdo lo orgullosisima que estaba de Aroha y de lo bien que lo estaba haciendo, la emoción de ir viendo el cuero cabelludo de mi pequeño, esos cuatro pelos oscuros, la emoción al ver cada vez un poco más de él... Es difícil poner palabras a ese momento, era simplemente mágico. 

Eran ya las siete y media y Olga nos dijo que a las 8 se le terminaba el turno, que intentaría terminar nuestro parto, pero que tenía una cita ineludible y que no podía salir muy tarde. Así pues, Olga nos acompañó hasta las ocho y cinco, a esa hora tuvo que irse y dar paso a la siguiente comadrona. Esta entró con la ginecóloga y una estudiante, abrieron las luces, colocaron todo más como un parto de la tele (hasta ese momento todo era como si estuviéramos en casa) y de pronto desaparecí de la situación. Antes de las ocho y diez Aroha dio un último empujón y Martí salió al fin.
Le desliaron el cordón del cuello y de la espalda y se lo pusieron a Aroha. En nuestro plan de parto habíamos puesto que yo quería cortar el cordón, pero la nueva comadrona ni se lo había mirado (a pesar de que Olga se lo dejó allí encima) y sin casi darnos cuenta la doctora ya había cortado el cordón. Martí ya estaba entre nosotros, llorando vigorosamente, pero debo reconocer que toda mi atención seguía estando en Aroha, estaba pendiente de qué le hacían, de si le ponían puntos, de cómo actuaban los sanitarios... Aroha estaba pendiente de Martí, yo tenía que estar pendiente de ella. Aroha hizo piel con piel casi dos horas, si ninguna dificultad Martí se enganchó al pecho y madre e hijo disfrutaron de ese momento único. Yo me sentía en parte fuera de lugar, era un momento tan íntimo que yo era una mera espectadora. Martí había llegado al mundo, pero ese amor a primera vista no había llegado, yo seguía pendiente de mi valiente mujer, que había hecho el esfuerzo más grande de su vida. Así pues, tras el momento de piel con piel pesaron y midieron a Martí y le hicieron las pruebas pertinentes. Le vistieron y cuando estuvo vestido me lo dieron para que lo cogiera. De pronto todo cambió, le miré, tan pequeño entre mis brazos y sentí que era madre y que nunca podría querer a nadie más que a él.